Soledad es sentir
que todo lo bueno está pasando lejos de donde uno está. Algo así, dice Dolina.
Será por eso que Instagram
está provocando soledad o sentimientos muy parecidos.
Y eso que sólo es
una inofensiva aplicación, nacida y creada para compartir momentos felices y
bellos, al instante.
(Las cosas
catastróficas o dramáticas o las Imágenes Sensibles te las provee la aplicación
para tenerte morbosamente enganchado).
Lo loco de esto
es que a uno le aparecen, entre tanta cosa, los posteos de tus contactos. Y, a
pesar de que Meta tiene un cuarto de la población mundial conectada, somos
pocos y nos conocemos mucho.
(Convengamos que
nadie cuenta “la posta”.)
¿Una imagen vale
más que mil palabras? Mejor no aclarar, ¿no?.
Donde dice: “Aquí
estoy, en la plaza, con mis dos nietitos”, debería decir: “Otra vez, me enchufó
las criaturas la inmadura de mi nuera porque hoy tiene pilates y mañana nosequé
y pasado nosequé. No la soporto”.
Donde dice: “Acá
en el recital de mi hijo, el músico de la familia”, debería decir: “A ver si la
pegás con un temita, che. Porque por
ahora veo más gente arriba del escenario que abajo y porque otra vez te pagué
el taxiflet con todos tus instrumentos y los de tu banda y, encima, después los
voy a tener que descargar en mi casa que, lamentablemente, sigue siendo tu casa”.
Donde dice: “Viviendo
el verano mallorquín a full”, debería decir: “Me vine un rato a apolillar a la
playa, porque lavé copas hasta las 4 de la mañana y no me puedo ir a dormir
porque comparto la habitación con un cordobés que tiene un olor a pata poderoso
y envolvente”.
Es verdad. El
mundo funciona, como funciona, porque nadie dice lo que piensa.
¿Será porque los
que dicen lo que piensan se arriesgan a quedarse solos?
Puede ser.
Instagram es una
foto instantánea, pero no es la posta. Porque la verdad de las cosas, solamente,
está en la película completa.
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