Mi abuelo era un gringo parco pero de linda sonrisa.
Su historia de inmigrante, la que no escuché de su boca, era lo más dramático que yo tenía en mi haber infantil de historias dramáticas, salvo las del libro Corazón, de Edmundo de Amicis, pero eso era literatura.
Solamente saber que con 10 añitos y después de un tristísimo abrazo en un puerto, no iba a volver a ver ni a escuchar nunca más en su vida a su madre porque los separaban 14 mil kilómetros de los de antes, te lo explicaba todo.
Eso, endurece a cualquiera.
Y así, entre carta y carta, muchos días de trabajo infantil,(muy injusto y muy duro), le terminaron de sacar las sensiblerías, por lo menos, durante el día.
Yo no podía dejar de ver a ese “niñito sin mamá” cuando lo miraba hacer cosas de gente grande como podar el parral con la escalera alta o darme un billetito de 5 para golosinas.
Pero cuando lo veía reírse me aliviaba y pensaba “ya se habrá olvidado?”.
Era mi abuelo porque era el padre de mi papá.
Era mi abuelo porque me decían “vaya a darle un beso al abuelo que nos vamos”.
No sé si él supo muy bien de que iba eso de ser abuelo.
Para mí, era un niño siciliano de ojos azules y lejos de su casa que, simplemente, se había hecho viejo acá.
Después la vida te acerca, aunque vos no lo quieras, a gente con dramas gigantescos, a gente con dramas más o menos como los tuyos y a gente sin demasiados dramas pero que se queja y, así, entendés que cada uno carga con su peso.
Mi hija es de esa tribu de las que no tienen a la maternidad como una obligación. No se oponen, pero no consideran que en la vida sea algo natural, o parte de un ciclo, tener un hijo. Y esos las hace conscientes de todas las magnitudes de la vida y de lo torpe que sería traer a alguien a este mundo así como así y así porque sí. Y no les interesa nada andar regándole el árbol genealógico a nadie.
No tengo argumentos para refutarla, ni quiero, pero me tranquiliza saber que tengo algo de tiempo para buscar data sobre abuelitudes. Por lo pronto, todo lo que hay en internet son toneladas de cursilerías, veneraciones a la vejez dichas por gente que no es vieja y un atributo que aparecería mágicamente, junto con la artrosis, que es la sabiduría. Ponele.
Y bué. A seguir viviendo sin manual. Improvisando. No estaría quedando otra.