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Se podría decir que a todos nos emociona ver llorar a alguien. O no?

O, por lo menos, si no llanto, se nos llenan los ojos de lágrimas.

Dicen que es por eso de las neuronas espejo, que podemos empatizar y aprender gestos y modos desde nuestra etapa bb. Que el cerebro imite, no sólo las acciones de los demás sino también sus emociones, nos convirtió a los seres humanos en criaturas sociales, dicen.

También nos emociona la solidaridad, los gestos de contención a los más débiles, las pequeñas victorias de los eternos perdedores y el dolor ante la muerte de propios y desconocidos.

Se llora por muchas cosas más, como en las despedidas o en los finales. Pero bue. Uno nunca sabe por qué llora cuando llora.

Lo mágico es cuando nos emocionan las películas o el teatro.

Y me parece mágico porque nuestro cuerpo sufre por algo que no es real y que sabemos que no es real.

En el penúltimo capítulo de la serie Better call Saul, Mejor llama a Saul, la co protagonista, Kim, está volviendo sola, en un ómnibus, después de poner punto final a un montón de problemones (que, los que vemos la serie, conocemos como si fueran nuestros). En el ómnibus hay otros pasajeros. Ella empieza a llorar con un llantito ruidoso. Los pasajeros la miran, disimuladamente. El llanto va in crescendo y la cámara se va metiendo en la toma hasta llegar casi a su cara. La escena es larga. Uno deja de ver a Kim, el personaje, y empieza a ver el talento y el oficio de Rhea Seehorn, la actriz.

Casi, casi, el momento de empatizar y emocionarte se empieza a perder o, por lo menos yo, que me las lloro todas, empiezo a sentir que no lo logró.

(Martin Scorsese dice que al muerto no hay que mostrarlo más de tres segundos porque se empieza a ver al actor.)

Pero entonces, en el climax del desconsuelo de Kim, entra en cuadro una mano de una mujer y se apoya en su hombro y chau. Nudo en la garganta y ojos brillosos para mi.

Me quedé pensando en la genialidad del director.

Después de mostrarnos treinta y pico de capítulos de muertes, traiciones, malos que ganan y buenos que pierden y nada que nos asombre en este mundo indiferente, nos muestra esa mano.

Esa mano  apoyándose suave en el hombro de Kim es el gesto silencioso de empatizar.

Eso. Entender al que sufre.

Esa capacidad también la tiene la condición humana, che.

Saber eso, le emociona la neurona espejo a cualquiera. O no?