Mucho antes de la llegada de los españoles a territorio mesoamericano, existían pequeñas comunidades diseminadas alrededor de la ribera del lago de Chapala provenientes de dos etnias, la purépecha y la Nahua.
Eran culturas que se habían adaptado perfectamente al ecosistema del lago, aprovechando sus peces, verduras, frutas, animales y la maravilla de un clima perfecto y estable durante todo el año. Sus aldeas eran una maravilla de la sustentabilidad. Habitaban casas de pajarete con lodo y techos de paja, comunicadas entre sí por puentecitos de madera donde amarraban sus canoas de pino de una sola pieza, en las que salían a pescar y a comerciar con las otras tribus de la ribera. Tenían una vida idílica y perfecta, comunidades sin clases sociales ni ambiciones desmedidas donde la única obligación era compartir los frutos del generoso lago y sus alrededores.