Jn 20, 11-18 - Áudio y edición: P.Cristovao, SVD - texto: Víctor M.Fernandez - musica: Avelina Borges: Jesus resucitado. Así como se encontró a solas con la samaritana, Jesús, ahora resucita- do, se encuentra a solas con otra mujer, María Magdalena.
Ella no reconoce inmediatamente al Señor resucitado, que la eligió para ser la primera en verlo resucitado. Él está transfigurado y ella está perdida en su dolor. Hasta que él la llama por su nombre, con la manera y el tono que ha usado siempre para llamarla. La Magdalena no podía dejar de reconocer ese llamado personal y lo descubre una vez más como su buen pastor, que sabe llamar a las ovejas por su nombre, personalmente, directamente, íntimamente.
Vemos así que para poder reconocer la presencia del Señor en nuestro trato con él, primero tenemos que descubrir que él nos reconoce a noso- tros, nos mira, nos identifica, nos llama por nuestro nombre, porque nos conoce íntimamente tal como somos.
La vida cristiana es un encuentro permanente con el Señor resucitado, es un trato cotidiano con alguien que vive y ha superado los límites del espacio, y por eso puede visitar con su luz la pobre existencia de cualquier ser humano, esté donde esté, no importa dónde; para que nadie pueda de- cir que no es tenido en cuenta, o que ha sido olvidado por Jesús.
Luego Jesús rechaza que María lo abrace. El sentido de sus palabras es: "No me quieras retener, porque tengo que completar mi obra". María quiere retener su presencia física, pero Jesús quiere partir para hacerle descubrir la nueva forma de presencia que él prefiere tener dentro de ella, en lo más profundo de su ser.
Además, ella debe ser testigo de su resurrección, debe transmitirlo, y por eso no debe apegarse a su encuentro íntimo con Jesús y pretender rete- nerlo sólo para ella.