Listen

Description

SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO A .

Evangelio, según san Mateo, capítulo 5,17-37: Se dijo a los antiguos, pero yo les digo. Audio y texto y edición: Padre Cristovão, svd Música: P.CRISTÓBAL Fones. En to vivimos: Spotify: https://open.spotify.com/track/0G7VKEMXutlYIp5sk5rIUs?si=f3NCFcgdTOK7sgfqGKEWew
Foto: National Geographic
Muy queridos hermanos y hermanas, en Cristo, muy buenos días. La liturgia de la palabra de este Sexto domingo ordinario A, contiene un mensaje un poco complicado para nosotros. La primera lectura nos habla de la libertad que tenemos para escoger entre el bien y el mal, la vida y la muerte:
cada cual sufra las consecuencias de su elección.
El salmo 118, es un canto conocido: nos habla del estado de gracia que debemos mantener para ser dignos de entrar en la casa del señor:
qué alegría cuando me dijeron…
En el evangelio, digo que es un tema complicado porque Jesús pone el dedo en una herida que a nosotros no nos gusta que le toquen:
A todos nosotros nos gusta ser libres, aunque case siempre reivindicamos la libertad para romper con reglas que para muchos nos mantienen atrapados, situaciones que desafían nuestra capacidad de dejarse mandar. Los jóvenes defienden su libertad, porque quieren escaparse del control de sus padres, los niños y adolescentes porque a veces creen que saben todo y que ya no ven la hora de ser grandes. Los adultos, porque creemos que después de grandes, somos nosotros los que debemos mandar, dar órdenes y hacer las leyes y reglas de la vida. No nos gusta que nos diga qué y como hacer.
Pero, lo que vemos es que sí, seguimos muchos mandatos, seguimos muchas reglas humanas, pero se nos hacen muy difíciles las que Dios nos pide. Al mismo tiempo, uno ve que la gente sí que sigue instrucciones, a veces muy detalladas. El comercio les dice cómo vestirse, adónde divertirse, qué música escuchar, de quién enamorarse.
Además, recibimos de los médicos, los policías y los profesores multitud de mandatos, que, en general, no son ordenes arbitrarias, pero que lo son leyes para cumplírselas. El médico por ejemplo me prohíbe ciertos alimentos, o me manda que vuelva a su consultorio en tres semanas.
Y yo obedezco. Y mejor dicho,, soy yo el padrón, porqué le pago para eso.
Queda demostrado entonces que sí recibimos órdenes de muchas personas e instituciones, de donde es claro que nuestra pretendida libertad y nuestro deseo de no hacer caso a
Dios es un caso aislado: un modo de respuesta que usamos cuando se trata de religión o de la Iglesia; porque para lo demás sí que somos obedientes.
Ahora bien, nuestra obediencia en los ejemplos dados tiene una razón de ser: nuestro placer, provecho o protección. Se entiende entonces que desobedecemos a Dios porque desconocemos o no queremos aceptar las razones que nos obligan a esto. Y no los encontramos porque conocemos poco de sus planes y de su voluntad.

En el evangelio de hoy, encontramos a Cristo en claro paralelo con la figura inigualable de Moisés; porque Jesús viene a restaurar la ley y dar el verdadero cumplimiento a ella, frente a la mala aplicación de parte de los fariseos y publicanos.
Él sube a la montaña para decir que ya ha llegado el que es más que Moisés. Y tiene reglas para entregarnos.
Cristo es enviado, como Moisés, pero, no es sólo un mensajero: Él es el mensaje mismo, la fuente misma de toda ley, mandato y mandamiento.
Por eso, nos deja unas reglas de vida:
Apartar de nuestros ojos y de nuestras manos, lo que defrauda a los hombres y a Dios. Nuestras manos fueron hechas para dar y recibir y nuestros ojos para contemplar: pero el ser humano los usan para mejor pecar.
Qué nuestras manos sean para servir y levantar al caído: que nuestros ojos sean para ver con el corazón de Dios, y jamás para desear lo que no nos pertenece.