Saúl Sosnowski nos propone en su primera novela una escena con variaciones, en la que hay dos circunstancias que insisten: la de ponerse a mirar fotos, la de quedarse mirándose al espejo. En las fotos, el pasado, y en el espejo, un ahora; en un caso y en el otro, la inquietud de la identidad. La identidad cambia sensiblemente de aspecto cuando se trata de la propia vida, cuando se trata de la propia historia. Pero algo ocurre en “Decir Berlín, decir Buenos Aires” (Ed. Paradiso), y el monólogo del ensimismado se abre a otra persona y se convierte en diálogo. El pasado y los recuerdos se encuentran así con algo inesperado: con un futuro. Y la novela se revela entonces como novela de amor. El personaje se permite eso que raras veces se permitía: conmoverse.
