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En el maravilloso diseño de Dios sobre la humanidad, encontramos una forma de comunicarnos con el mundo natural en el que vivimos a través de los cinco sentidos: gusto, oído, tacto, olfato y vista. Dios habita en el mundo natural, el cual para nosotros es sobrenatural, por eso nuestro Señor no puede ser conocido por el ser humano a través de sus cinco sentidos (a menos que Él haga una excepción). Tampoco puede ser conocido a través de la razón pura o la filosofía, de lo contrario muy pocas personas en el planeta podrían llegar a conocerlo. Menos aún a través de las emociones, de ser así las experiencias con Dios serían tan variadas como nuestros sentimientos. A Dios se llega por un sólo camino: la​ FE. 

La fe en Dios nos permite relacionarnos con Él de una forma más profunda, lo que conduce a que muchas de las cosas sobrenaturales que experimentamos en nuestra vida, comienzan a hacerse comunes. 

Cuando se pierde la relación con el Espíritu Santo, sólo queda un ritualismo vacío, religioso y muy peligroso. Podemos estar parados frente a la respuesta divina por la que tanto hemos orado y al mismo tiempo estar tan fríos y vacíos de la presencia de Dios, que no discernimos lo que está sucediendo.  

Mantengamos nuestra relación y comunión con el Espíritu Santo fresca y vívida para que cuando Dios responda nuestras oraciones podamos reaccionar con fe. 

Siempre atravesamos momentos en la vida que nos hacen cuestionar todo a nuestro alrededor, especialmente a Dios. Caemos en la trampa del enojo, la impaciencia y la desesperanza que nos llevan a la falta de fe. Olvidamos que Dios sigue en el trono y que está en control de todo y de todos. Dios oye atentamente cada oración, ve cada corazón y la medida de fe que depositamos en Él.