En muchas ocasiones recurrimos a nuestras propias fuerzas para alcanzar un proyecto o un sueño y quedamos devastados cuando nos damos cuenta de que nuestro empeño, nuestra dedicación, esfuerzo, trabajo y tiempo no dieron los resultados esperados.
¿En qué fallamos? En confiar en nuestras propias fuerzas en primer lugar. Cuando le abrimos el corazón a Jesús y lo hacemos parte de nuestra vida, tenemos una nueva vida totalmente dependiente de la mano de Dios, por ello cada victoria que alcanzamos no resulta de nuestro esfuerzo o capacidad, sino del respaldo de Dios. Todo esfuerzo, trabajo y dedicación que hagamos será valioso pero no será lo que determinará nuestro futuro en victoria.
Construyamos un altar de oración y adoración en nuestra vida, donde el Espíritu Santo nos llame a una comunión íntima con el Señor. Allí Dios nos pedirá que entreguemos cosas que nos cuesten, hagámoslo con un corazón humilde y agradecido para recibir su bendición.
Proclamamos un tiempo de promoción de la Iglesia, un tiempo de volver a la fuente, un tiempo para confiar en los planes de Dios y creer en sus milagros. Dios te bendiga !!