“No es un nombre, es un latido; no es un altar, es un cauce que nunca deja de fluir.” En el hebreo antiguo, Yashá (יָשַׁע, Strong’s H3467) significa “salvar, sanar, liberar, dar victoria”. Era raíz viva: movimiento divino que actúa sin títulos ni fronteras. Mucho antes de resonar en Canaán, su esencia ya fluía en otras tierras. En tablillas de arcilla halladas en Ebla (2500 a.C.) y Mari (1800 a.C.), centros del Creciente Fértil, aparece el verbo šūzubu: rescatar, liberar, preservar la vida. Se usaba para relatar acciones concretas: salvar de la hambruna, liberar prisioneros, proteger comunidades de amenazas. Palabras distintas, mismo espíritu: Yashá existía antes de ser nombrado.