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La muerte no es más que un sueño y un olvido.

M. Gandhi

“Las generaciones van y vienen, pero la tierra nunca cambia. El sol sale y se pone, y se apresura a dar toda la vuelta para volver a salir. El viento sopla hacia el sur y luego gira hacia el norte. Da vueltas y vueltas soplando en círculos. Los ríos desembocan en el mar, pero el mar nunca se llena. Luego el agua vuelve a los ríos y sale nuevamente al mar. Todo es tan tedioso, imposible de describir. No importa cuánto veamos, nunca quedamos satisfechos. No importa cuánto oigamos, nada nos tiene contentos. La historia no hace más que repetirse; ya todo se hizo antes. No hay nada realmente nuevo bajo el sol. A veces la gente dice: « ¡Esto es algo nuevo!»; pero la verdad es que no lo es, nada es completamente nuevo. Ninguno de nosotros recuerda lo que sucedió en el pasado, y las generaciones futuras tampoco recordarán lo que hacemos ahora.

(Ecl. 1: 4-11)

En algunas culturas de África, se considera que la muerte no es un instante -como la concebimos en occidente-, sino un proceso. Ese proceso, se inicia con la muerte biológica, pero se prolonga sobre el recuerdo de la comunidad de la que la persona formó parte. Nadie está definitivamente muerto mientras alguien en su aldea puede recordar su nombre. Esto señala al hecho de que la muerte no es un acontecimiento que se produce en el plano de lo biológico o personal, sino que sus repercusiones y significado se extienden sobre lo afectivo y lo social. Mientras se nos recuerda y se nos nombra, de alguna manera seguimos vivos, pero morimos definitivamente cuando se nos olvida.

Haga el lector el sencillo procedimiento de tomar un trozo de papel y escribir los nombres de sus antepasados directos a los que aún pueda recordar. Empezamos con el nombre de nuestros padres y abuelos, luego bisabuelos… ¿y más allá? Alcanzamos con suerte a recordar el nombre de nuestros predecesores familiares en dos generaciones; con mucha mayor fortuna (o tradición familiar) podríamos recordar hasta la cuarta generación, pero no más. Comprobado esto, tenemos una cuasi certeza: dentro de cuatro generaciones ya nadie nos recordará. Es decir, seremos devorados por ese otro enemigo implacable: el olvido. Después de comprobar que la muerte es el gran enemigo que clausura nuestra existencia relativizándola, el autor de Eclesiastés nos presenta así a la última razón del sinsentido. ¿Para qué tanto preocuparse y afanarse, si a la larga será como si no hubiéramos existido?

El olvido es una especie de “segunda” muerte que termina por borrar el paso de una vida humana por esta tierra. (Pag. 98)