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“El tiempo ha llegado a ser para mí el bien supremo. Cuando veo a los hombres pasearse, vagar o malgastar el tiempo en discusiones vanas, me dan deseos de ir a una esquina a tender la mano como un mendigo: Dadme una limosna, buenas personas; dadme un poco del tiempo que perdéis, hora, dos horas, lo que queráis”.

Nikos Kazanzakis

“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir; un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto; un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse; un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir; un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar; un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser; un tiempo para callar, y un tiempo para hablar; un tiempo para amar, y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz”.

(Ecl. 3: 1-11)

Una frase pintada en una de nuestras populosas ciudades rezaba: “¿Hay vida después del nacimiento?”. Esta sentencia cargada de ironía y también de desencanto, refleja uno de nuestros climas de época. Las personas están cada vez menos preocupadas por una vida después de la muerte y, como contrapartida, enfocadas a que el tiempo entre el nacimiento y la muerte tenga sentido. Si pensamos a vuelo de pájaro en las personas que vivieron en la Antigüedad, en la Edad Media o incluso en la primera Modernidad, vemos que este interés estaba de algún modo invertido. Las personas estaban muy preocupadas por su destino “eterno” (como le gustaba decir a cierto discurso religioso) que por lo “pasajero” de esta vida. Si bien era una actitud “piadosa”, como todo clima de época, esta mirada extendida hasta el más allá sobrevolaba de algún modo todas las conciencias, piadosas o no. No hay duda que esto ha cambiado, incluso se ha modificado en las conciencias religiosas. Cada vez pastores, sacerdotes e iglesias hablan menos del cielo y del infierno: es que cada vez estamos menos preocupados por ellos. Hablamos en cambio con mayor asiduidad e interés sobre como apañárnoslas con esta vida. Parece que hemos llegado a la conclusión que bastante tenemos con ella, como para pensar en la otra. Como todo cambio cultural, esto no es en principio ni bueno ni malo. Pero sí estamos en condiciones de señalar algunos de los efectos de cada una de esas mentalidades: la enfocada al más allá -que pertenece al pasado- y la enfocada al “más acá”, que domina en nuestros tiempos. (Pag. 107-108)