Si Timoteo se permite ser arrastrado a acaloradas discusiones sobre minucias, se apartará de las cuestiones principales, se arriesgará a tomar el camino inferior de las meras argumentaciones humanas y quedará expuesto a una posible pérdida de respeto por parte de los demás. Tales discusiones son inútiles de todos modos y, lo que es peor, sirven “para destruir a los oyentes” (v. 14). Pablo también habla de las “palabrerías profanas” de los falsos maestros, y, aunque sus enseñanzas se extiendan, la implicación es que Timoteo no puede contenerlas mediante controversias al nivel de ellos y, de hecho, las discusiones contribuyen en realidad a su extensión. El consejo que Pablo da nos recuerda la sabiduría del libro de Proverbios.