Si la vida del creyente ha de agradar a Dios, es necesario que ésta se ajuste enteramente a Él. Con excesiva frecuencia, en la aplicación de este principio a nuestras vidas, enfatizamos sólo algún detalle de nuestra conducta o de nuestro servicio a Dios. Por consiguiente, muy a menudo no logramos apreciar la magnitud del ajuste que tenemos que hacer, y el punto en que deberíamos comenzar. Pero Dios juzga todo, el principio y el fin, por las perfecciones de su Hijo. Las Escrituras afirman claramente que a Dios le ha placido « [9 Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen propósito que de antemano estableció en Cristo,]10 para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo, esto es, reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra.
En Cristo también fuimos hechos herederos,[a] pues fuimos predestinados según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad,reunir todas las cosas en Cristo. . .en quien asimismo tuvimos herencia"] (Ef. 1:9-11).
Es mi sincero ruego que, en esta serie, sean nuevamente abiertos nuestros ojos y veamos que sólo acentuando debidamente este punto, podremos esperar la realización del propósito de Dios para nuestras vidas, a saber, "a fin de que nosotros, que ya hemos puesto nuestra esperanza en Cristo, seamos para alabanza de su gloria." (1:12).
Servirá de fondo a nuestras meditaciones la epístola de Pablo a los Efesios.