Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios. (1 Corintios 2:21)
Supongamos que nos paráramos en un escenario mientras una película de cada momento de sucios secretos y actitudes egoístas de nuestra vida se proyectara en la pantalla detrás de nosotros. La sola imagen nos aterra. Gritaríamos a Dios que tuviera piedad y terminara de una vez.
Y eso que solo podemos imaginar es una fracción de lo que Cristo sintió en la cruz. El experimento toda película, de todo ser humano, de todo tiempo desde la aparición del primer hombre en la tierra.
La Biblia dice que Cristo llevó todos nuestros pecados en su cuerpo. ¿Qué ves cuando ves a Cristo en la cruz? La gente ignora la galería de delitos aberrantes que están colgados en Cristo. Ese Jesús, es un malversador, asesino, mentiroso, un violador, un intolerante. ¡Como se nos ocurre mezclar a Cristo con esas aberraciones! No se nos ocurre, Jesús lo hizo, él se puso entre Dios y cada uno de nosotros, con las manos abiertas, invitó a Dios, castígame como lo harías con todos ellos.
Y Dios lo hizo. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?” (Mateo 27:46). ¿Por qué Cristo gritó esas palabras? Es simple, para que ninguno de nosotros tenga que hacerlo. Dios está con nosotros cada día, hasta el fin.