“En él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido.” (Efesios 1:13)
Como padres, cuando nuestros hijos hacen algo malo, no los repudiamos. Los podemos castigar o reprender, pero ¿Los expulsamos de la familia? Ese es un punto no negociable. Están conectados con nosotros biológica o sentimentalmente. Son nuestros hijos y aun después que nosotros y ellos mueran lo seguirán siendo.
Dios, nuestro Padre, engendra la misma relación con nosotros. Tras la salvación nos convertimos, como dice Juan 1:12, en “hijos de Dios”. Altera nuestro linaje, redefine nuestra paternidad espiritual y, al hacerlo, asegura nuestra salvación. Pablo dice: “ y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido.” (Efesios 1:13). ¡Y un alma sellada por Dios está a salvo! Dios costeó un precio descomunal para dejarnos desamparados.
Recordemos las palabras de Pablo: “…Han sido sellados con el Espíritu Santo de Dios para el día de la redención”. ¡Qué diferencia hace esta seguridad!