En 1944, en la montañas del oeste de Tokio, nos cuenta Clemency Burton-Hill, un soldado de 14 años llamado Töru Takemitsu, se encontraba apostado en un refugio subterráneo construido para prevenir invasiones. Un día hubo un inesperado descanso en la agotadora rutina laboral y un oficial los invitó a Töru y a los demás soldados a pasar a una habitación del fondo del refugio donde guardaba un gramófono de manubrio con una improvisada aguja de bambú. El oficial les puso unos discos. Fue un regalo, el más sencillo que existe: compartir música. Los humanos lo venimos haciendo desde que estamos aquí.
Töru escuchó los discos totalmente sorprendido, según comento años después. Durante el resto de su vida recordó aquella experiencia como el inicio de su conciencia musical. Tiempo después cuando ya enseñaba técnica instrumental y composición básica, gozaba de la admiración de grandes músicos como Stravinsky, ya había escrito cientos de obras aclamadas, había musicalizado noventa películas y publicado veinte libros, y ya era conocido como uno de los compositores y una de las figuras culturales más reconocidas de Japón, seguía volviendo a aquel momento, a aquella ofrenda musical, a aquel gesto de humanidad corriente, a aquel regalo….
