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Zavio Vega: el rap vive

Para ser rapero, de verdad, hay que tener un talento especial. Los raperos no son cantantes ni son escritores pero sin embargo han conseguido conectar con una forma de expresión que combina bases rítmicas musicales con la poesía urbana, la del barrio. No destacan, los raperos y raperas —que las hay— por ser creadores de armonías y bellas melodías cuando transmiten su mensaje pero, he ahí la clave, el mensaje lo transmiten con maestría y dominio de la rima y el habla rítmica ajustado a una base previa hecha, casi siempre, por un productor musical. No necesitan más florituras ni adornos, van al grano desde la primera palabra hasta la última sobre un acompañamiento casi tántrico que va ganando intensidad a medida que avanza la interpretación. Y te convencen, te llega a cautivar y a embelesarte y, de repente, te ves moviendo rítmicamente alguna parte de tu cuerpo (que no bailar) al interiorizar lo que estás escuchando. Así funciona, por lo menos eso creo yo.

Las vivencias personales y la interpretación de la realidad del rapero es lo que marca su identidad combinando contenido, el flow e interpretación; es decir, lo que se dice, el ritmo y la rima con el que se dice y la cadencia con la que se rapea. Todo ello hace que distingamos inmediatamente a un rapero de otro, si prestamos un poco de atención.

Lo que no te mata te hace más fuerte

Zavio encontró en el rap una manera de escapar, de abrir una ventana vital hacia el aire fresco que le permitiera expresar lo que de otra forma no podía. Algunos —si no todos— capítulos de su historia personal fluyen a través de sus creaciones. Su infancia transcurrió en Jinámar (Gran Canaria) donde la cosa no fue fácil. Desde temprana edad tuvo que lidiar con una realidad lejos de lo idílico, con un seno familiar que llegaba hasta donde podía y una realidad escolar en la que tenía que convivir, durante años, con el acoso permanente que lo limitaba a diario: que si sobrepeso, que si gafas, que si callado, que si no tenía el calzado adecuado… y así hasta los catorce años, momento en el que tuvo que dejar los estudios —muy a su pesar—, y se zafó de semejante tortura para un pibe que solo trataba de ser él, sin mayores pretensiones. Cuando los abusadores aparecen, no hace falta tener ninguna característica especial para que se metan contigo; se meten porque pueden y los dejan —los adultos y “compañeros”—, y la víctima, poco puede hacer.

Empezar a respirar y expresarse

Por suerte, el paso prematuro al mercado laboral, que fue por imperiosa necesidad familiar, lo liberó de aquella condena y le abrió un camino en un oficio que todavía hoy —y con mucho orgullo— desempeña desde los catorce años: panadero.

Y todo eso con su libreta a cuestas. Alejandro, Zavio artísticamente, carga con un bolígrafo y papel desde que él recuerda. Lo que empezó siendo una manera de exteriorizar lo que sentía, lo combinó con el rap que escuchaba de chiquillo  y terminó convirtiéndolo en poesía urbana con personalidad propia que con el paso de los años dieron sus frutos en forma de discos: Poesía eminente en 2003, Rap para sordos en 2006, El purgatorio en 2013 y El cuaderno del justiciero en 2021 que es el que actualmente está promocionando.