El autor lamenta la indisciplina de los protestantes, que contribuye a la "escasez de entendimiento espiritual y de la grave falta de poder moral". En contraste con el inmenso esfuerzo humano para detectar "débiles mensajes del espacio" (como el VLA), Dios ha hablado "clara y poderosamente por medio de Cristo y de las Escrituras". Además, Dios tiene un "Oído Muy Grande continuamente abierto para nosotros", escuchando incluso las oraciones más débiles. Por ello, la oración es "superada en importancia solo por la asimilación de la Palabra de Dios".
Sin embargo, a pesar de su relevancia, las estadísticas y la experiencia sugieren que un "gran porcentaje de cristianos profesos pasan poco tiempo en oración prolongada", limitándose a frases ocasionales. Se enfatiza que "para ser como Jesús debemos orar".
La oración no es un mero requisito impersonal, sino una expectativa del Señor Jesucristo mismo, quien posee "toda autoridad y con todo amor". Jesús lo expresa en sus mandatos:
La Palabra de Dios reitera esta expectativa:
Martín Lutero, reformador, lo resume: "Así como la ocupación de los sastres es hacer ropa y la de los zapateros es reparar zapatos, de igual manera, la ocupación de los cristianos es orar".
Esta expectativa debe verse no solo como un llamado, sino como una "invitación real", una "orden de amor" que busca comunicación y bendición. La oración es un "walkie-talkie para la guerra", un instrumento para la vida piadosa y la guerra espiritual. Abandonarla es "pelear la batalla con nuestros propios recursos" o "perder el interés en la batalla".
Finalmente, la expectativa de orar es una "expectativa del evangelio": es un privilegio y una "expresión de la vida" para los hijos de Dios, movidos por el Espíritu Santo a clamar "¡Abba, Padre!" (Romanos 8:15, Gálatas 4:6). La necesidad de orar se refuerza con el ejemplo de Jesús: "Así que Jesús muchas veces se alejaba al desierto para orar" (Lucas 5:16).
El texto aborda por qué muchos creyentes no oran como deberían:
El hecho de que la oración se aprende ofrece esperanza a quienes se sienten desalentados. Así como un bebé aprende a hablar más allá del llanto básico, los cristianos deben aprender a orar para la gloria de Dios, en su voluntad, con fe, en el nombre de Jesús y con persistencia. La petición de los discípulos, "Señor, enséñanos a orar" (Lucas 11:1), es un modelo.