La idea de que Jesús, el ungidor por excelencia, sea él mismo ungido, presenta una aparente contradicción que ha desconcertado a muchos. De hecho, para quienes sostienen una teología de varias personas divinas, esto representa un "problema real": ¿cómo es que una persona divina necesita que otra persona divina la unja para poder ejercer su ministerio? Sin embargo, la solución no radica en una contradicción, sino en la revelación de la doble naturaleza de Cristo.
Esta dualidad resuelve la aparente contradicción: en su humanidad, Jesús es el ungido, capacitado para su misión terrenal; en su divinidad, Él es el ungidor, la fuente eterna del poder del Espíritu.
Es común interpretar la escena del bautismo —con Jesús en el agua, la paloma descendiendo y la voz del cielo— como una prueba de tres personas divinas distintas y separadas. Sin embargo, un análisis cuidadoso del texto bíblico revela una perspectiva diferente.
El relato no menciona explícitamente a "Dios el Padre" o "Dios Hijo". Lo que describe es "una voz de los cielos" y "el Espíritu de Dios que descendía como paloma". Este evento no muestra tres seres coexistiendo por separado, sino una poderosa "manifestación de la omnipresencia de Dios". Al ser un espíritu que lo llena todo, Dios puede estar simultáneamente en el río en la forma humana de Jesús y, al mismo tiempo, manifestarse como una voz audible desde el cielo. Esto refuta la idea simplista de que si Jesús estaba en la tierra, "el cielo se quedó solito". Dios, por ser omnipresente, no puede ser contenido en un solo lugar. Esta escena subraya la unidad de un solo Dios, no la separación de tres.
"El principal mandamiento de todos es oye Israel el Señor nuestro Dios el Señor uno es."
El bautismo de Jesús fue fundamentalmente diferente al de todos los demás que acudían a Juan el Bautista. El ministerio de Juan se centraba en un bautismo "para arrepentimiento para perdón de pecados". Esto plantea una pregunta crucial: ¿de qué pecado necesitaba arrepentirse Jesús, quien vivió una vida perfecta?
Su propósito en el Jordán no era la confesión de faltas, sino cumplir dos objetivos esenciales:
Es crucial entender que la unción del Espíritu Santo sobre Jesús no tuvo un "propósito salvífico". Él no necesitaba salvación. El verdadero propósito de esta unción fue uno de servicio: "capacitarlo para una función", similar a la unción que recibían los profetas, reyes y sacerdotes en el Antiguo Testamento para consagrarlos a una tarea específica.
Esta unción marcó el inicio inmediato de su ministerio público. Lleno del Espíritu Santo, Jesús fue primero al desierto para ser tentado y, superada la prueba, regresó a Galilea y entró en la sinagoga de Nazaret, donde se levantó y leyó el pasaje que se convertiría en su declaración de misión:
"El Espíritu del Señor está sobre mí..."