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Una Defensa Académica del Origen Divino y la Autoridad Inquebrantable de la Sagrada Escritura: Una Respuesta Exegética y Teológica a la Erudición Crítica ContemporáneaIntroducción

El panorama teológico contemporáneo está marcado por una profunda división epistemológica. Por un lado, se encuentra la confesión histórica y ortodoxa de la Iglesia sobre la naturaleza de la Sagrada Escritura. Por otro, se erige la metodología de la crítica bíblica moderna, ejemplificada en la obra de eruditos como John Barton, que aborda la Biblia principalmente como un artefacto humano, el "producto de un proceso largo e intrigante".1 Este enfoque crítico, aunque se presenta bajo el estandarte de la objetividad académica, parte de presuposiciones naturalistas que, por definición, excluyen la posibilidad de una revelación divina sobrenatural y, en consecuencia, malinterpretan fundamentalmente los datos bíblicos.

Este informe se presenta como una respuesta directa y una refutación a las tesis centrales de dicho enfoque crítico. Se demostrará, a través de una rigurosa exégesis de los textos pertinentes y una argumentación teológica sistemática, que la Biblia es precisamente lo que ella misma afirma ser y lo que la Iglesia ha confesado históricamente: la Palabra de Dios, divinamente inspirada, infalible, inerrante y con autoridad suprema. Se argumentará que la perspectiva crítica, lejos de ser el resultado de una erudición neutral, emana de axiomas filosóficos que predeterminan sus conclusiones, tratando la Escritura no como la revelación de Dios al hombre, sino como el registro de la búsqueda humana de Dios. Este documento reafirmará la doctrina clásica de la Escritura, demostrando su coherencia interna, su veracidad histórica y su suficiencia para la fe y la vida.

Para comprender correctamente la Biblia, es imperativo establecer un fundamento teológico sólido, uno que la propia Escritura provee. Este fundamento se opone directamente a las afirmaciones de la crítica moderna de que el concepto de inspiración divina es vago y sus implicaciones prácticas, inciertas.1 Por el contrario, la doctrina de la Escritura es precisa, robusta y lógicamente coherente.

La piedra angular de una bibliología ortodoxa se encuentra en la declaración del apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16-17).1 El término griego clave aquí es

theopneustos (θεοˊπνευστος), que significa literalmente "espirada por Dios" o "exhalada por Dios".2

Esta palabra no es ambigua, como sugiere la crítica, sino una declaración teológica precisa sobre el origen y la naturaleza de la Escritura. No describe un texto humano en el que Dios "insufló" inspiración, sino un producto divino que fue "exhalado" desde la boca de Dios a través de la instrumentalidad humana.3 Este concepto se hace eco de pasajes del Antiguo Testamento como el Salmo 33:6: "Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca". La Escritura, por tanto, comparte su origen con la misma creación: es un acto del poder creador y soberano de Dios.

La frase pasa graphē (πᾶσαγραφηˊ), traducida como "Toda la Escritura", denota el alcance plenario de este origen divino. Se refiere a la totalidad de los escritos sagrados conocidos por Timoteo (el Antiguo Testamento) y, por extensión apostólica, a los escritos del Nuevo Testamento que estaban siendo producidos bajo la misma autoridad divina.2

Es crucial observar que la utilidad de la Escritura ("útil para enseñar, para redargüir...") es una consecuencia de su origen divino. Porque es la Palabra de Dios, es inherentemente provechosa y suficiente para hacer al hombre de Dios "perfecto" (ἄρτιος, artios), es decir, completo y plenamente equipado para su propósito.2