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Un día cualquiera, Epafrodito, el amo de Epicteto, le sometió a castigo maltratándole la pierna. Encadenado, Epicteto le decía, con la serenidad propia del estoico, “Me la vas a romper”. Sin embargo, Epafrodito siguió golpeándole la pierna hasta llegar a romperla. Epicteto, imperturbable, únicamente dijo: “¿No te lo advertí?”

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