La Iglesia católica ha vivido, con
todos, un año diferente. Un año que
recordaremos siempre, con momentos
muy oscuros, con dificultades graves y
situaciones tristes. Un año que nos ha
dejado imágenes inolvidables en la
retina y en el corazón, recuerdos que
han marcado nuestras vidas.
Todo ello ha propiciado un aldabonazo
de las conciencias. Muchas personas
han salido a atender las necesidades
antiguas y nuevas con un renovado
ímpetu para acoger, para acompañar
y para sanar.
Centenares de iniciativas surgieron en
las diócesis y en las comunidades
religiosas motivadas por la pandemia.
Respondiendo a la llamada del papa y de
toda la Iglesia, cristianos de todos los
lugares, de todas las condiciones, han
puesto al otro, al prójimo, por delante de
sus ocupaciones y preocupaciones.
