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Señoras y señoritas:
Hoy vamos por vez primera a darnos cuenta a nosotras mismas del grande objeto que nos reune aquí. Vamos a preguntarnos qué entendemos por educación, qué por instrucción, cuál es nuestra misión como maestras y como mujeres. Y trataremos de averiguar a qué distancia estamos del error y a cuál de la verdad.
Preguntémonos pues, ¿qué es la educación? Sin la concepción clara de lo que ella significa, sin el ideal perfecto de sus tendencias y medios de acción, el maestro procederá a tientas. No se dará cuenta del objeto que se propone alcanzar. Hoy será frívolo y mañana severo, sin clara noción de lo que pretende realizar. En vez de una obra de bendición habrá estropeado millares de almas para toda una eternidad.
Educación pues, no según mi capricho o pobre capacidad sino según la definen los maestros de la ciencia, es fortificar el cuerpo desde la más tierna edad según las leyes de la salud para que pueda resistir a las enfermedades. Educación es preparar la mente para comprender las relaciones de la sociedad; atraer a una manifestacion activa todas las facultades con que ha sido dotada para que obre en el conjunto armónico de la acción y adquirir conocimientos útiles. Educación es robustecer la naturaleza moral donde reside el sentimiento del deber, que debe reglamentar nuestra conducta honorablemente en la vida privada como en la vida pública.
Para llenar cumplidamente este objetivo, no basta que las maestras tengan sólo buen corazón porque suponer eso equivaldria a negar que la educación es una ciencia cayendo en el antiguo obscurantismo. El pensamiento que preocupa hoy no es tan solo la cantidad de instrucción que se puede derramar en los niños sino el mejor método y los medios más eficaces para vigorizar sus facultades de manera que puedan adquirir por sí mismos el caudal de los conocimientos.
Cuál de nosotras no ha repetido cien veces al día en su escuela: “Que el niño no juegue”. Tan lógico habría sido decirle: “Que el niño no respire” Porque el juego es para él la vida. Prohibir al niño que juegue es violentar la naturaleza, mientras que aprovechar su propensión al juego haciendo de éste un medio de educación y de instruccion es la verdadera sabiduría y motor de la disciplina escolar porque la ocupación continua y agradable es el mejor antídoto contra la ociosa turbulencia.
Si a expensas de la mente, se cuida solo del cuerpo es claro que la civilizacion naufraga. Y si dejamos el corazón sin cultivo moral,