La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. La Biblia deja claro que Dios está íntimamente involucrado con la fertilidad. Él es quien abre y cierra el vientre (Isaías 66:9; Génesis 29:31; Jeremías 1:5).