Mis abuelos emigraron al país desde Alemania a principios de los 1930s, y eran dueños de una papelera en una ciudad más o menos importante del centro del país. Les iba bien, y vivían en una mansión que databa de varios siglos atrás; uno de esos caseríos imponentes que seguro más de uno estará imaginándose como salido de una película de terror.