La vida no está diseñada para el aislamiento. Dios nos creó para vivir en comunidad, para servir, para compartir el peso de la existencia. Pero eso requiere esfuerzo: requiere mirar más allá de nuestra rutina, más allá de nuestro círculo cercano.
No se trata de cambiar el mundo en un solo día, pero sí de empezar con pequeñas acciones. Conocer el nombre del vecino. Preguntar cómo están los que nos rodean. Detenernos en lugar de pasar de largo. La vida se enriquece cuando dejamos de vivirla solo para nosotros mismos