El voluntarismo no es un exceso de fuerza de voluntad, es un error, una enfermedad -entre las muchas posibles- de la voluntad. El voluntarismo perturba la lucidez porque lleva a escuchar poco y a que nos aferremos a nuestra propia visión de las cosas.
Para tener una buena vida, hay que conseguir unir el deber con el querer. Así alcanzaremos un grado de libertad mucho mayor, pues la felicidad no está en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno ha de hacer.