Reconocemos a un santurrón en aquel que junta sus manitas, hace muecas exageradas o entorna los ojos al rezar; el que camina hacia atrás cuando sale de la iglesia, o el que va hinchándose donde está Dios o donde no...
O en ese que lleva ostentosamente el escapulario al cuello tamaño familiar, rosario visible, altarcito en su oficina…
Pero también en el incoherente que dice rezar, comulgar diario o estar cerca de Dios, pero está muy lejos de los demás.