La sensación de fluir se hace una sola convierte en una única energía que gira en los platos de cada una de estas bicicletas que, lejos de estar pegadas a la tierra, nos hacen sentir que volamos a través de ellas. Las alas nacen en los pies y se elevan por nuestras piernas hacia el corazón y la mente, que engarzan el infinito a través de esta cadena de emoción extrema. Somos energía, somos potencia, somos fluir que no cesa, y las pulsaciones de la música y las nuestras son una sola. Las luces dentro y fuera de la oscuridad palpitan, a veces en ascenso, a veces nos regresan a la silla. El estudio se vuelve una nave nodriza que despega y nos lleva más allá de nuestras conciencias. Edgardo Montero