Nunca estamos listos para lo que no queremos oír. Por más que nos preparemos, practiquemos, nos volvamos expertos en no escuchar, ese minúsculo segundo portador del discurso equivocado, la respuesta incómoda, la observación filosa, un -NO- cualquiera, se siente casi como morir. “A mi, que me digan lo que quiero oír”, esa parece ser la consigna, la más equivocada de todas, pero siempre, la más popular.