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https://youtu.be/77yAA4ODPfw

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LA LUZ DE LA PALABRA NOS ILUMINA CONDUCIENDONOS EN EL CAMINO HASTA LA CASA DE LA COMUNIDAD DONDE SE HACE CARNE LLENANDONOS DE LA ALEGRIA QUE NADIE PODRA' QUITARNOS

Los Reyes Magos son hoy imagen de cada uno de nosotros, afanosos, con las fiestas navideñas ya pasadas y el trabajo de recomenzar, la escuela que espera, los días de ensortijar a la búsqueda de la felicidad. Los Reyes han recibido una Gracia única. Sus ojos han podido reconocer su estrella. Entre millones, una. Cuántas estrellas brillan y no iluminan. Cuántas estrellas delante de nuestros ojos, a señalar horóscopos y caminos ilusorios. Pero entre muchas una achispada de modo diferente. Es la Palabra, la luz que ha presidido a la creación en la tradición rabínica y de los targumin, y luego al éxodo, y por fin señalará la llegada del Mesías. La luz de la Palabra que se hace carne. La única estrella, la suya, que obra lo que anuncia.

La obra de esta Palabra, la luz hecha estrella, es un niño. Un Dios niño, él último de esta tierra, indefenso, pobre. Un niño, el deseo acabado de nuestros corazones, hoy. Un niño que puedes hacerle lo que quieres, un niño entre nuestros brazos es el escalofrío de la libertad, y de la Gracia que abre los ojos sobre el misterio que nos salva y nos da alegría, aquella verdadera que no se agota. Un niño, como todo cuanto aparece insignificante, pequeño, sin particular valor en nuestra vida.

Es allí que se esconde la Vida que no muere. Es justo en lo que quizás tiraríamos que se esconde el rostro de Dios. Por eso también nosotros necesitamos ver su estrella por medio de la Iglesia que nos predica la Palabra, que nos dona los sacramentos, que nos acompaña en el camino de fe. La Iglesia, Maria, dónde hoy brilla su estrella por nosotros, porque no podemos hacer nada por nuestra cuenta, porque sólo desde el Cielo viene la ayuda; Maria que nos dona su Hijo y la fe que nos abre los ojos para reconocer en aquel Crío al Mesías que esperamos, el Rey capaz de conducirnos a la verdadera Vida. Y aquí, delante de este Niño, frente a nuestra vida dónde hoy Dios se encarna, abrir nuestros cofres y deponer nuestras existencias, sin excluir nada, tampoco nuestros pecados. Porque todo de nosotros, delante de Jesús, se pone precioso y capaz de devolverle honor, porque su Gloria es nuestra felicidad, nuestra libertad, el perdón de cada pecado y una vida nueva a su secuela.

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