Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde la Calle 14.
La ciudad está desperezándose y trata de quitarse las legañas. En cuanto pones un pie en la calle te contagias. Los estudiantes cargan con sus mochilas camino de la cercana New York University, los brokers buscan el primer taxi que les lleve al Distrito Financiero, los obreros entran en el metro al ritmo que les marcan sus auriculares inalámbricos… Tienes que ir sorteando gente, como si fuera una carrera de obstáculos. Los semáforos parecen la pole position de un gran premio de Fórmula 1: tomamos posiciones para cruzar lo antes posible, en cuanto la luz se ponga verde. Andar siempre viene bien en esta ciudad. Además, evitas el atestado metro. Y también posibles despistes. Como el que me ocurrió hace unos años cuando me quedé dormido en el vagón y acabé en Van Corlandt Park, al norte del Bronx. ¿Te ha pasado alguna vez?
Es bueno convencerse de que la vida es una sucesión de ensayos y errores, y que no pasa nada si nos equivocamos. Ordenar recuerdos cuesta, incluso más, que el cajón de los calcetines. Cuando lo abres los encuentras de distintos colores, para diferentes épocas del año, para hacer deporte, para salir... Algunos sueltos no tienen su par y otros están llenos de agujeros, pero no los quieres tirar porque les has cogido cariño. Los recuerdos también son diversos: unos están muy presentes, otros los escondes al fondo de tu memoria, los hay tristes, alegres, triviales, trascendentales… Y es muy complicado organizarlos para utilizarlos cuando mejor te venga. Convulsionan unos con otros, como si fueran pequeñas partículas que chocan generando una gran energía. Y comienzan a expandirse… ¿Dejamos que fluyan? ¿O lo paramos?
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.