Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde City Hall.
Entro en el vagón aprovechando el tumulto de los que salen, y me siento al fondo mientras la locomotora se pone en marcha. Pasados unos metros tiene que realizar un giro de 180 grados para regresar al andén de enfrente de la estación y enfilar el sentido contrario de la línea. Emprendemos la marcha y noto, por el rechinar de las ruedas con las vías, que no vamos rectos sino haciendo una curva. Es como si fuéramos a descarrilar. A lo lejos emerge la Estación Fantasma. Parece una casa encantada. Está iluminada, aunque la cerraran al público en 1945. No hay gente, pero sientes como si la hubiera. Durante unos pocos segundos, se detiene el tiempo y te lleva a los años treinta. Los azulejos de la estación retienen el eco de los millones de pasos que golpearon este suelo el siglo pasado.
Toca pasar por la lavandería para limpiar algunos trapos sucios. Literal y metafóricamente. No hay mejor detergente que tomar distancia y borrar algunas manchas. La lavadora ejerce un extraño poder de atracción. La miras y te quedas hipnotizado viendo la ropa dando vueltas. El ruido del centrifugado se mezcla con la voz de un narrador mexicano que relata un partido de fútbol en la televisión. Es un lugar sucio, a pesar de que aquí venimos a lavar. Ropa y conciencias. Doblando calcetines caigo en la cuenta de que siempre falta alguno. Y pienso en cuántos se quedarán solos por el mundo, extraviados, sin su otro par. Igual que estoy yo ahora mismo. Los calcetines son como muchas personas. Tienen sentido cuando están en pareja. Sin la otra persona, pierden el valor.
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.