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Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde Coney Island.

El tren que va a Coney Island lleva parado más de media hora. Los fines de semana son habituales los retrasos en el metro, pero no suelen ser tan largos. No nos han dicho el motivo por el que estamos tirados en mitad de Brooklyn. Tareas de mantenimiento, suelen aducir. Pero la palabra «mantenimiento» es tan polisémica que vete tú a saber. Lo primero que veo al llegar a la playa es una pareja de recién casados haciéndose fotos. Les sienta bien Coney Island. Bueno, a muchos nos favorece la playa en otoño. Es terapéutica, por eso he venido. La arena huele más a arena, la sal huele más a sal y el mar huele más a mar. No hay niños llenándote al pasar a tu lado correteando, ni madres gritándoles que vuelvan a la sombrilla, ni ese empalagoso olor a perrito caliente que sale de Nathan’s.
Es un lugar tranquilo, sin el bullicio de la temporada alta.

Todo es relativo, incluso los pronombres. Si fuera uno de ellos intentaría evitar ser reflexivo. Porque mirarme nunca ha sido mi especialidad. Estoy más acostumbrado a captar lo que ocurre alrededor. Por eso me dediqué al periodismo. Todos tenemos una historia que contar, trataba de convencer a mis padres cuando les dije mis intenciones profesionales. Una frase que me servía de prólogo para sacar del baúl alguno de esos recuerdos a los que aún sigo aferrado. Sin saber por qué, normalmente conjugaba los verbos en pasado como si, de alguna forma, me hubiera quedado estancado en alguno de esos momentos. Son ondas concéntricas como las que provocan las piedras al chocar con el agua. Pero nada ha cambiado para que todo haya cambiado.

Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.