Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde el Empire State Building.
Es temprano, pero ya se escuchan las sirenas de la Policía. No dejan de hacerlo en todo el día. Prefieres salir a dar una vuelta por el Empire State que quedarte en casa. Optas por el bullicio en lugar de la tranquilidad. Tu carga de responsabilidad pesa más que las 102 plantas que hay hacia arriba. Durante un tiempo, el Empire State era un coloso que miraba a la ciudad por encima del hombro. Una mole de hormigón, pura ingeniería, que ha resistido el paso del tiempo, los ataques terroristas y hasta a King Kong. Te quedas embobada mirando el humo que desprende el té. Los camareros son esa rara avis para los que templado significa ardiendo. Igual que para los peluqueros que te corten solo las puntas es raparte. Profesiones para las que no hay término medio.
Hay una fina línea que separa el amor de la fascinación. Y no llevas el pasaporte en regla para cruzar esa frontera. Tampoco sabes si realmente lo quieres hacer. Mientras tanto, vuelves a activar el radar de los gestos, las miradas y las frases entrecortadas. Otra vez te asomas a los atardeceres, aunque sea otoño. Observas el ocaso, que es como una despedida, con la esperanza del “hasta mañana”. Pero no necesitas fumar, a pesar de que muchos lo hagan mientras observan. Gracias a ello, puedes tener las manos en los bolsillos. Hace frío, y sería un sinsentido sostener un cigarrillo entre los dedos. Observas, pero no fumas. Piensas en que alguien te dijo recientemente que la muerte es hereditaria. Y la vida, no te jode. Pero evitas discutir con él. Ni discutes, ni fumas.
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.