Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde el Lower East Side.
The Meatball Shop tenía ese típico ambiente cálido del Lower East Side. Aquí ponían las mejores albóndigas de la ciudad, sin duda. Lástima que, por culpa de la pandemia, sea uno de los muchos restaurantes que hayan cerrado. Lo recuerdo al pasear por este barrio de la parte baja de la ciudad, ya conquistada por los judíos. Paso junto a una de las pocas tiendas de comestibles kosher que aún sobreviven en el barrio. “Bokir tow”, me saluda un niño judío para desearme un buen día mientras juguetea con el par de rulos que le caen por delante de las orejas como dos lianas en el Amazonas. “Schalom”, le respondo con la única palabra yidis que sé. En esta ciudad de ritmo frenético, el tiempo pasa despacio cuando esperas que algo suceda. Y las cosas parece que no cambian. Hasta que cambian.
En Nueva York es inevitable asomarse a una ventana. Las hay por todas partes. La ciudad ejerce tal atracción para que miremos a través de ellas, que ríete tú de Newton y su ley de la gravedad. Hoy me he vuelto a asomar a una. Y lo que he visto es diferente. Porque ya no soy el mismo. Desde mi atalaya en la planta 21 de un edificio de apartamentos encima del renovado Essex Market, he dirigido la mirada hacia la Freedom Tower. He dibujado mentalmente ese crepuscular hueco que dejaron las Torres Gemelas, igual que si alguien hubiera arrancado de cuajo y sin miramientos varias piezas de una construcción de Lego. Era el mismo solar que había sentido dentro de mí. Por eso, todos los días tenía la esperanza de que ese vacío se llenara. El de Nueva York. Y el mío.
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.