Si es tu primera vez aquí. O si ya has estado, pero como si lo fuera. Te mando esta postal sonora de Nueva York desde el Oculus.
El Oculus es un monumento a la vida, como pretendía su arquitecto, el español Santiago Calatrava. En un lugar, el World Trade Center, donde hace años se vivió el horror. Por este intercambiador de transportes, con forma de esqueleto de dinosaurio, pasan todos los días miles de pasajeros a lo largo de sus once líneas de metro y del tren que conecta con Nueva Jersey. Justo encima de la estación más cara del mundo, un luminoso vestíbulo de mármol blanco alberga un centro comercial con tiendas de ropa cara. En cada uno de los extremos, dos balcones permiten contemplar el trasiego de personas apresurándose para no perder el tren. Te asomas a uno de ellos, para tener una visión panorámica del lugar. Es amplio y, sobre todo, muy luminoso. El reflejo del sol a través de sus cristaleras acentúa esa sensación.
Es común que hablemos de nuestras primeras veces, pero no lo hagamos de las últimas. Por una cuestión meramente vital: tenemos ajustado nuestro reloj biológico como una cuenta hacia adelante, desde una fecha que conocemos perfectamente, el día de nuestro nacimiento, y que celebramos cada año. Pero ese contador no existe hacia atrás, no hay un reloj de arena hacia un día que no sabemos cuándo llegará. La única certeza que tenemos es que llegará. Por eso, somos plenamente conscientes de las primeras veces, pero no de la últimas. De la primera vez que nos enamoramos. O de la primera vez que volamos en avión. O de la primera en que vimos un eclipse de sol. No sabemos cuándo será la última. Eso nos impide sentirla con tanta plenitud como la primera.
Gracias por escucharme. Un abrazo desde Nueva York.