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El presidente Donald Trump en varias ocasiones ha declarado que el Mundial 2026 es "suyo" —y digamos que tiene un 5% de razón, pues él lo cabildeó con la FIFA de la mano de Bob Kraft, dueño de los Patriotas de Nueva Inglaterra, y de Emilio Azcárraga, propietario y presidente del Club América—, y seguramente debe estar observando este espectáculo con una mezcla de diversión y oportunismo. Nada le daría más gusto que poder inaugurar el Mundial 2026 exclusivamente en Estados Unidos, especialmente considerando que parece imposible que visite el Estadio Azteca en junio de 2026, cuando arranque la justa futbolera.

Pero aquí viene lo más delicioso de esta tragicomedia: no es que la FIFA o Trump nos vayan a "quitar" el Mundial. Sencillamente, la CDMX y sus diputados están violando sistemáticamente todos los protocolos que la FIFA firmó con todas las sedes mundialistas, y de no corregirse, la federación internacional aplicaría la cláusula de incumplimiento (default), más las penas convencionales por los trabajos que ha realizado junto con los patrocinadores, mismos que ahora se ponen en riesgo por la improvisación gubernamental.