Muchas veces nuestros pecados pueden decepcionarnos cuando sentimos que no podemos superarlos, cuando pensamos que son más fuertes que nosotros. Hoy se nos presenta a Jesús como quien puede liberarnos de todo pecado, él es el único que tiene la fuerza para hacerlo y vamos a descubrir qué es lo que nos toca hacer a nosotros para que esto suceda.
En el Evangelio de Lc 7, 36-50, escucharemos aquella escena en donde Jesús fue invitado a la casa de un fariseo, llamado Simón, y en ese lugar, Jesús le permitió a una mujer pecadora que se la acercara y la ungiera los pies con un perfume de alabastro. Aquella mujer besó sus pies con profundo amor, comenzó a llorar y enjugó sus pies con las lágrimas que brotaban de ese corazón arrepentido.