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No solo los pecados mortales merecen confesión. La Iglesia nos anima a confesar también los pecados veniales regularmente. ¿Por qué? Porque hacerlo nos ayuda a formar nuestra conciencia, a combatir nuestras malas inclinaciones y a crecer en la vida espiritual. Es como ir al gimnasio: cada confesión fortalece nuestra alma, nos hace más resistentes al pecado y nos permite recibir la misericordia de Dios con mayor frecuencia. San Juan de la Cruz, uno de los grandes maestros espirituales, insistía en dos prácticas esenciales: la meditación diaria y el examen de conciencia. Este último es sencillo: al final del día, reflexiona sobre las últimas 24 horas. ¿Qué hice mal? ¿Dónde fallé en hacer lo correcto? ¿Qué vicio está detrás de mis acciones: orgullo, envidia, lujuria? Anótalo, conócelo, y prepárate para confesarlo.