Todo lo material en este mundo es como un sueño, hoy está y mañana ya no… Sin nada venimos a esta vida y nada, absolutamente nada nos llevaremos. Ni oro ni plata, ni títulos, ni fama, ni gloria, ni siquiera nuestro cuerpo, este también se destruirá.
Si nos comportamos como lo que realmente somos: peregrinos, pasajeros; aprovecharíamos mejor nuestro tránsito en la vida. No le pongas tu corazón a las cosas materiales, todas se terminarán. Invierte tu vida en todo lo que es eterno y permanece para siempre: El amor, la obediencia, la humildad, el servicio. Estos valores sí permanecerán.
Si los volvemos nuestros, serán nuestras riquezas para con Dios. Por eso es mejor dar que recibir; hoy debes sembrar los valores eternos, porque lo terrenal es vano. Por eso dijo aquel hombre muy sabio: “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad y aflicción de Espíritu!” (Eclesiastés 1:2)