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SONETO XXVII

Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
tienes líneas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo.

Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
desnuda eres enorme y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.

Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,
curva, sutil, rosada hasta que nace el día
y te metes en el subterráneo del mundo

como en un largo túnel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

Soneto XLV

No estés lejos de mí un solo día, porque cómo, 
porque, no sé decirlo, es largo el día, 
y te estaré esperando como en las estaciones 
cuando en alguna parte se durmieron los trenes. 
No te vayas por una hora porque entonces 
en esa hora se juntan las gotas del desvelo 
y tal vez todo el humo que anda buscando casa 
venga a matar aún mi corazón perdido. 
Ay que no se quebrante tu silueta en la arena, 
ay que no vuelen tus párpados en la ausencia: 
no te vayas por un minuto, bienamada, 
porque en ese minuto te habrás ido tan lejos 
que yo cruzaré toda la tierra preguntando 
si volverás o si me dejarás muriendo.