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¿Por qué Jesús tuvo que morir en la cruz? ¿De dónde viene la idea de que su muerte nos limpia de pecado? Hoy te llevaré en un breve recorrido por el primer capítulo del libro de Levítico para comprender la lógica detrás de estas afirmaciones. Acompáñame!
En el pasado episodio, hablamos sobre el tabernáculo de reunión, la tienda sagrada sobre la cual descansaba la gloria de Dios. Más exactamente, el lugar del encuentro con Dios. Es él, y no el ser humano, quien toma la iniciativa; es él quien decide recorrer la distancia que los separa, y quien decide revelarse a sí mismo allí. El tabernáculo fue una idea de Dios; es Dios acercándose y habitando en medio de su pueblo. ¿No es esto increíblemente sublime? 
El único Dios verdadero, el Dios creador del cielo y de la tierra, quien sostiene el universo, el Dios eterno, incomparable e indescriptible es también un ser relacional; el mismo que nos ha creado con la habilidad y necesidad de relacionarnos con él en primer lugar.
Esto era el Tabernáculo, un lugar donde se establecía la relación entre Dios y el hombre; pero recordemos que Dios es Santo y no cohabita con el pecado, es más, él es enteramente justo y su presencia fulmina instantáneamente al pecador. ¿Cómo puede alguien acercarse a este sagrado lugar sin caer muerto al instante? La respuesta se encuentra en el principio bíblico de la expiación que significa “cubrir”.
Seguramente te pasó alguna vez cuando eras niño que accidentalmente tiraste al suelo el jarrón favorito de tu mamá. Puede que en ese momento hayas pensado en una solución inmediata para esconder la evidencia y evitarte el castigo: algo así como ocultar los cristales debajo de la alfombra, o reemplazarlo por otro objeto similar, y que no se note la falta del jarrón. 
Algo así sucedía en el Tabernáculo de Reunión. Dos veces al día, cada día, continuamente y de manera indefinida, el sacerdote tenía que ofrecer el sacrificio de expiación, donde un animal perfecto e inocente servía como sustituto por el pecado del pueblo y su sangre era rociada alrededor del altar a la puerta del Tabernáculo a fin de “cubrir” los pecados del pueblo. 
Imagina por un momento cuán importante debió ser para el pueblo de Israel la expiación. Era la única forma de evitar el juicio divino. Pero, ¿qué tan efectiva era para realmente quitar el pecado? El autor de Hebreos escribe en el capítulo 10, versículo 11:
“Bajo el antiguo pacto, el sacerdote oficia de pie delante del altar día tras día, ofreciendo los mismos sacrificios una y otra vez, los cuales nunca pueden quitar los pecados…”