El fuego que consumía los sacrificios de los israelitas no era un fuego común, sino que se había originado en la misma presencia de Dios y por lo tanto era un fuego especial! El fuego vino de Dios, sin embargo la ardua tarea de mantener este fuego ardiendo fue dada a los levitas, y específicamente a los sacerdotes. Te imaginas cuánta leña se requería diariamente a fin de avivar esta llama divina, y que no se extinguiera?
Al igual que en el Tabernáculo del AT, la presencia del Espíritu Santo se describe en numerosas ocasiones como un fuego santo que arde en el interior del creyente nacido de nuevo. No sólo leemos en Hechos 2 sobre la aparición de "lenguas repartidas como de fuego" sobre las cabezas de los primeros cristianos reunidos en el Día de Pentecostés, sino que el apóstol Pablo escribe a los Tesalonicenses: No apaguéis al Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19); y más tarde a su hijo espiritual, Timoteo: Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos (2 Timoteo 1.6).
El Espíritu Santo es un fuego que proviene de Dios, no un fuego común; sin embargo no deberíamos pensar que este fuego divino arderá invariablemente en nuestro ser sin la intervención humana. La Biblia nos enseña que este fuego puede ser avivado, pero también extinguido, de acuerdo con el mismo principio que encontramos en Levítico 6.13. Este fuego nos ha sido confiado a fin de que nos mantengamos cuidando y avivando su llama. Un mandamiento cristiano fundamental que algunos suelen ignorar es el que se encuentra en Efesios 5.18 donde se nos manda (no se nos sugiere, o se nos aconseja, sino se nos manda) a ser 'llenos del Espíritu'. Es cierto que el Espíritu Santo procede de Dios y no de hombre alguno, sin embargo la responsabilidad de ser llenos nos ha sido delegada a nosotros; de otra manera, cómo nos pediría Dios algo que es humanamente imposible de lograr?