Es un grito que surge desde lo más profundo del alma, cuando el peso de los errores se vuelve insoportable. Es ese momento en que la culpa nos ahoga y el miedo al juicio nos paraliza. Sin embargo, fallar no es el final, sino una oportunidad para aprender, sanar y levantarse con más sabiduría. En este espacio de vulnerabilidad, reconocer nuestras fallas no es señal de debilidad, sino de valentía. Pedir ayuda es un acto de humildad que abre las puertas a la restauración y al crecimiento.
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