En nuestro interior tenemos sed, sed de sentirnos amados y de amar, de sentido en nuestra vida, de compañía, de plenitud. Y tantas veces paramos en estaciones de agua que aparentemente nos llenan, pero que no solo no satisfacen la sed sino que hasta a veces nos la aumentan aumentan. Esta agua aparente es el pecado, el vacío de los placeres, el vacío que trae el orgullo, la soberbia, la mentira.
¡Dios sabe cuanto le necesitamos a Él, aun cuando nosotros no lo sepamos! Por eso ha enviado a su hijo Jesucristo a ser agua que sacie para siempre todas nuestras necesidades más profundas y vitales. «Pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna». Esta agua es Jesucristo que quiere entrar en nuestra vida para llenar todos nuestros anhelos y necesidades más profundas.