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Estos capítulos, que relatan la repartición de la heredad de las tierras entre las tribus de Israel, son un testimonio de las promesas cumplidas que Dios hizo a Abraham. Pero en el contraste que vemos con Manasés, que se quejó de que el territorio heredado no era suficiente, podemos vernos reflejados, como cuando despreciamos las bendiciones que Dios nos da, o caemos en el extremo de convertirlas en ídolos. Luego vemos a un hombre, Josué, que cumplió con la encomienda de repartir las heredades, pero cuando le tocó escoger, escogió una tierra en ruinas. Aun así, a sus 95 años él terminó reconstruyendo. Él repartió para todos como Dios había ordenado, y cuando le tocó escoger a él, dijo que quería aquella tierra. La vida de Josué apunta completamente a Cristo. Ciertamente es un gran ejemplo para nosotros. Pero es solo un tipo y sombra del Josué mayor que tenemos, que es nuestro Señor Jesucristo. En estos pasajes también vemos que después de la repartición de las tierras, Dios ordenó que se establecieran unas ciudades refugios, que también son sombra y figura de Cristo.