Hay mucha confusión en el mundo en torno al asunto de la salvación y de estar bien con Dios. Encuentro esto sorprendente, ya que la Biblia es muy clara en esta área. Sin embargo, hay muchas personas, incluso muchos cristianos, que creen que su salvación depende de sus buenas obras. De lo bueno que son. De que son miembros de una iglesia de Cristo que, dicho sea de paso, es la más fiel de todo el país, o hasta de todo el mundo. Creen que son salvos porque guardan fielmente todos y cada uno de los actos de culto que han entendido son básicos o importantes para Dios. Esta “salvación” que descansa en la justicia propia del individuo, mete en muchos problemas a muchos creyentes, pues al medirse con aquellos “supercristianos santísimos”, sienten que jamás podrán lograr esos niveles de santidad, al punto de que, o no saben cuál es su posición delante de Dios, o definitivamente concluyen que ellos nunca podrán llegar al cielo. Han entendido que no importa cuántas cosas hagan, nunca será lo suficiente para llegar a Dios.
Esta parece ser la actitud que Pablo intenta combatir en este capítulo de Romanos. Acaba de decirles a los judíos que estar bien con Dios es simplemente una cuestión de fe. Él les dice que la salvación no descansa en la supuesta obediencia a la Ley. Les ha dicho que tampoco depende de las buenas obras que uno haga. Él nos dice que, bendiciones tales como la justificación, la salvación, el perdón, etc., son dadas en su totalidad cuando creemos en el Salvador del mundo, Jesucristo.
Después de decirles a los judíos que la Ley no puede salvar y que las buenas obras tampoco funcionarán, procede a decirles que la circuncisión tampoco los llevará al Cielo. Bueno, si la Ley, nuestras obras y la circuncisión no nos ayudan a estar bien con Dios, entonces ¿qué lo hará? Esa es la pregunta que Pablo responde en estos versículos.