Romanos, capítulo 8 es uno de los capítulos más ricos de la Biblia. Este capítulo es un pasaje de esperanza, bendición, aliento y consuelo.
El versículo 1 establece el tono para el resto del capítulo cuando dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” ¡Ninguna condena! ¡Debemos dejar que esas palabras penetren en nuestros corazones! Esas palabras nos recuerdan que el cristiano ya no está bajo la ira de Dios, ni en peligro de ser juzgado por él. El creyente ha sido liberado para siempre de la amenaza del infierno eterno. El creyente ya no está separado de Dios por un amplio abismo de pecado, sino que “es hecho cercano por la sangre de Cristo” (cf. Efesios 2:13).
A medida que se desarrolla Romanos 8, la luz de nuestras bendiciones en Jesucristo se vuelve muy clara.
Esas verdades deberían ser suficientes para hacernos humildes ante el Señor en adoración y alabanza. El texto que he leído hoy añade otra capa de bendición que debería animar los corazones de cada hijo de Dios. El versículo 18 contiene una preciosa promesa para todo creyente que sufre en esta vida. En él se nos promete que, aunque aquí haya sufrimiento, allá habrá gloria. Meditemos, entonces, en las palabras de Pablo, mientras consideramos su declaración cuando habló sobre “las aflicciones del tiempo presente”.